El sonido que produjo la camarera al dejar el platillo con el cambio sobre la mesa despertó a Daniel.
-Que vergüenza.- pensó a la vez que miraba hacia ambos lados.- espero que no se haya dado cuenta nadie.... o por lo menos que no haya roncado.
Se desperezó disimuladamente sin levantarse. Se había quedado traspuesto en la silla. Era bastante irónico haber dado una cabezada después de haber recorrido media ciudad para llegar a aquella cafetería. En la ciudad había cientos de cafeterías, pero un amigo le había recomendado el que sirven en la estación central. Le dijo que el sabor especial de aquel café era debido a que la máquina nunca se apagaba, estaba encendida de manera ininterrumpida desde el noventa y cuatro, año en el que reformaron la estación. La verdad es que el café no había merecido tantos desplazamientos, pero le había prometido a su amigo que lo probaría