RELATO: La carta

foto de Delwin Steven Campbell
Fue casi un honor para aquel novato que el más antiguo de los carteros le solicitara su ayuda. Aprovechando que se quedaron a solas en la sala de descanso, o quizá habiéndolo planeado, lo abordó.

-Javier, necesito que localices a una persona y le entregues una carta.

El joven sonrió.

-Eso es lo que hacemos, ¿no? Somos carteros.


El cartero veterano, Don Severino, del que se rumoreaba que comenzó a trabajar allí antes de que se utilizaran ordenadores, sacó un sobre doblado con el inconfundible sello de "Falta franqueo" estampado. Lo colocó en la mesa, justo en frente del joven, que lo examinó sin llegar a tocarlo.

-No tiene dirección.- comentó casi mecánicamente.- sólo un nombre: María José.
-Si la tuviera no te necesitaría.


Javier dudó. No le podía estar pidiendo que localizara a una mujer en toda la ciudad solo conociendo su nombre de pila.

-Esa carta fue enviada desde un cuartel cerca de Marruecos.- añadió.-  y al no tener sello, fue rechazada. Al menos oficialmente.
-Entonces...- dudó el joven- ¿Por qué he de entregarla?
foto de US Army Africa
-Porque viene de dónde viene y, como ya sabrás, estamos al borde de la guerra. Y además.- continuó.- porque a los pocos días vino devuelta esta otra.

Colocó encima de la mesa una segunda carta con el escudo del ministerio de defensa. Tenía un inconfundible marco negro alrededor del sobre, señal inequívoca de que era el comunicado de defunción de un soldado. Estaba dirigida a la familia de Francisco Díaz, y con una dirección completa de esa misma ciudad.


Instintivamente el joven volteó ambos sobres. En el del ministerio se veía claramente el sello de "Destinatario desconocido", en el otro, el sobre con solo un nombre, no había nada.

-No tiene remite.- apuntó el joven.- ¿Cómo sabe que se trata del mismo soldado?
-La he abierto.

Javier sintió como si hubieran roto uno de los juramentos sagrados del cartero. Don Severino sacó la carta del interior del sobre y se la mostró al joven:

Mª José, no puedo esperar el momento de reunirme contigo y nuestra hija y, aunque no la vi nacer, pasar el resto de mi vida con vosotras. Por lo que me dijo tu madre, ha heredado tu precioso pelo rubio.
Fdo: C.L. Francisco Díaz

Aparte de lo arrugado del papel y la suciedad general que lo envolvía, lo que más llamaba la atención eran las manchas de sangre seca, como si quién la escribió hubiera estado herido. Extrañamente también estaba firmada por otros dos soldados. Eran, a todas luces, los últimos pensamientos de aquel hombre, muy probablemente en el lecho de muerte.

El joven sacudió la cabeza como alejando las objeciones a aquella violación de la intimidad. Recogió los dos sobres y se dirigió a una de las paredes, buscando el plano de la ciudad allí colgado.

-Suponiendo que la tal María José viviera en el mismo barrio que la última dirección conocida del soldado...- dijo señalando en el mapa el antiguo barrio obrero junto al mar, a las afueras.
-Eso nos lleva justamente a tu zona de reparto. Por eso te necesito. Tienes que localizar a una madre reciente cuya pareja no conozca a su hija. Ah, y que además sea rubia.
-Está bien, cuente conmigo.- asintió Javier.

Al día siguiente, en su reparto, para evitar suspicacias de los vecinos, insinuó, sin llegar a afirmarlo, que tenía que entregar un regalo de una conocida marca de pañales a una madre del barrio, pero que la dirección venía ilegible. No tardaron en darle unas cuentas indicaciones.

Aunque no eran muchas, invirtió un par de mañanas en localizar y descartar a las posibles candidatas, ya fuera por el nombre, color de pelo o sexo de la criatura, hasta que finalmente llegó a la última de la lista. Llamó al timbre y esperó. Tan solo viéndola supo que la había encontrado. Una joven rubia, guapa y con un bebé de corta edad en brazos.

-María José, ¿verdad?.- preguntó el cartero.
-Sí, ¿hay cartas para mí?
-Depende ¿Conoce a Francisco Díaz?

La cara de la joven cambió.  De detrás de la puerta apareció otra mujer, mucho mayor, y se metió en la conversación.

-Ese hombre no vive aquí y...

-¡Mamá!.- gritó la joven madre.- Llévate a la niña que parece que hay que cambiarla otra vez.

La abuela se fue con su nieta y dejó al cartero a solas con la joven madre, aunque, con toda seguridad, no iba a irse muy lejos.

-Verá.- continuó el cartero.- Le parecerá extraño, pero tengo una carta en la que solo pone María José, pero estoy seguro que va dirigida a usted, no me pregunte porqué lo se.

La chica dudó.

-Y dice usted que es de Francisco Díaz, ¿no?
-Exacto.

A estas alturas el cartero sospechaba que la relación de los dos jóvenes distaba mucho de ser romántica, y que la causa podría ser un embarazo no deseado y una paternidad no reconocida. Esta situación daba incluso más valor a los últimos pensamientos del militar.

-Está bien.- dijo María José.- aunque no se a que viene esta carta.

-Léela tranquilamente y guárdala hasta que la niña sea mayor y pueda entenderla.- dijo el cartero, que había ensayado esa frase desde que la carta llegó a sus manos.

En cuanto la joven madre firmó el recibo que el cartero terminó de rellenar agilmente con los datos reales de la destinataria este se marchó. María José se quedó mirando la carta durante varios minutos, absorta.

-No habrás firmado nada, ¿verdad?.- la interrumpió su madre.
-No, mamá.- dijo ausente María José.- vamos para adentro.

Madre e hija se sentaron en el sofá y leyeron la escueta carta una y otra vez. María José acabó por levantarse.

-No entiendo nada.- le dijo a su madre.- Francisco no es el padre. Yo sé muy bien quien es el padre, aunque él mismo lo niegue, y no es Francisco. Tú conocías a Francisco, era bastante...rarito.
-Pero siempre estuvo enamorado de ti, desde pequeño. Además, acuérdate que cuando se enteró de lo de tu embarazo se alistó voluntario. Fue como si quisiera huir del barrio.
-Sí, lo sé. Pero nosotros nunca... ¡Ni siquiera podía hablarme sin tartamudear! Así que no entiendo que pretendía enviando esta carta.
-¿No te das cuenta?
-No, la verdad.
-Que el rarito de Paquito acaba de solucionarte la vida a ti y tu hija.
-¿Cómo?
-Con esta carta, el recibo, un buen abogado y un poco de suerte, esta niña recibirá la pensión de horfandad por su padre muerto en acto de servicio.
-Pero, ¿por qué?
-Dicen que cuando vemos llegar la muerte nos acordamos de lo que más queremos, y en este caso, este muchacho se acordó de tí. 
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