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Otros barberos habían abierto negocios en el barrio, incluso en la misma calle. Grandes salones de belleza unisex, franquicias comerciales especializadas en caballeros, algún que otro emprendedor con suficiente capital, todos con la misma idea en la cabeza, quedarse con todos los clientes de aquella pequeña barbería de barrio. José, había visto como los clientes, al menos temporalmente, lo abandonaban.
-Yo solo fui para probar, por curiosidad, pero no pienso ir más, ¡aquello está lleno de racistas!.- le decía el inmigrante al mes siguiente, cuando volvía a sentarse en el sillón de José.
-Yo no se porque se me ocurrió ir a ese sitio, no vuelvo, los moros lo tienen conquistado.- Se justificaba el sargento jubilado.
-Me llevó mi vecino, casi engañado, pero es la primera y última vez que voy, ¡no se puede razonar con esos rojos!.- Espetó en lugar del buenos días el empresario que se definía como de centro derecha.
-Entré a preguntar, nada más, y me lleve un disgusto, un señor disgusto.- le comentaba el republicano.
Al final toda la competencia acababa por cerrar y todos los clientes por volver, y no en ese orden.
-¡Tú si que sabes! .- le decían sus clientes, los de toda la vida, pero realmente ni ellos sabían porque les gustaba volver.
El secreto se lo había transmitido su abuelo a su padre y este a él, eran tres reglas muy sencillas
“Mantén el suelo limpio, que la única silla que haya sea en la que se sienta el cliente y no opines. La primera es para que el cliente se anime a entrar, la segunda para que no se encuentre con nadie que no desee y la tercera es para que con el que se tiene que encontrar no le lleve la contraria."
-Yo no se porque se me ocurrió ir a ese sitio, no vuelvo, los moros lo tienen conquistado.- Se justificaba el sargento jubilado.
-Me llevó mi vecino, casi engañado, pero es la primera y última vez que voy, ¡no se puede razonar con esos rojos!.- Espetó en lugar del buenos días el empresario que se definía como de centro derecha.
-Entré a preguntar, nada más, y me lleve un disgusto, un señor disgusto.- le comentaba el republicano.
Al final toda la competencia acababa por cerrar y todos los clientes por volver, y no en ese orden.
-¡Tú si que sabes! .- le decían sus clientes, los de toda la vida, pero realmente ni ellos sabían porque les gustaba volver.
El secreto se lo había transmitido su abuelo a su padre y este a él, eran tres reglas muy sencillas
“Mantén el suelo limpio, que la única silla que haya sea en la que se sienta el cliente y no opines. La primera es para que el cliente se anime a entrar, la segunda para que no se encuentre con nadie que no desee y la tercera es para que con el que se tiene que encontrar no le lleve la contraria."
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