Mascrilla y guantes (de Jernej Furman) |
Una notificación en el móvil hizo que Raúl, el padre de familia, se acercara a la puerta principal de la casa unifamiliar. Se cercioró, mirando por la mirilla, que la compra estaba al otro lado y que el repartidor ya se hubiera ido. Se colocó la mascarilla y los guantes, abrió la puerta y fue llevando las bolsas de la compra semanal poco a poco hasta la cocina.
-¿No ha salido el niño del colegio todavía?.- preguntó el abuelo desde su butaca.
-Tiene que estar al salir, ya son las dos.- respondió Raúl señalando al reloj en la pared mientras volvía a la entrada a por más bolsas.
Antes de que terminara la frase la puerta del cuarto de Lucas se abrió bruscamente y una pequeña saeta rubia apareció corriendo en el salón.
-Abu, tengo que hacer una...
-Lucas, ¿desde cuándo no ves al abuelo? ¿No lo saludas correctamente?
-Sí, perdón… Buenas tardes abuelo.- respondió Lucas obediente al mismo tiempo que le acercaba su codo.
El abuelo, sonriente, hizo lo propio con el suyo y los chocaron brevemente.
-No le regañes. Normalmente nos saludamos en el desayuno, pero hoy se me han pegado las sábanas y no nos hemos visto hasta ahora, así que la culpa es mía.- zanjó el tema el abuelo.- ¿Qué es lo que tienes que hacer?
-Tengo que hacer una entrevista a un personaje histórico y te he elegido a ti.
El padre consultó la aplicación de su móvil con la que los profesores mantenían informados a los padres sobre las tareas de los escolares.
-Es una entrevista a un personaje histórico, Lucas. No a tu abuelo.- corrigió Raúl, mientras daba otro porte de bolsas a la cocina.
-Yo soy viejo, pero no tanto.- respondió, echándose a reír.
-Pero tú siempre me cuentas muchas historias. ¡Eres muy histórico!- dijo Lucas mientras sacaba de su mochila un cuaderno y un lápiz.- Además, se lo he preguntado a la “seño” y me ha dicho que sí puedo.
El padre, conciliador, volvió a entrar al salón mientras limpiaba un lata de conservas con una toallita desinfectante.
-En clase de lengua están dando la entrevista y tiene que hacer un trabajo. Puede elegir a quién quiera siempre y cuando haya nacido antes del Coronavirus. Al principio me había confundido porque les dan la opción de que si no tienen a nadie con esa edad a mano, pueden inventarse las respuestas de personas representativas del pasado: Bernardo de Gálvez, María Zambrano, Fernando Hierro…
-Pepe Hierro es el que debería aparecer en los libros de historia y no su hermano...- comentó el abuelo.- El bar Pepe Hierro era un lugar de encuentro.
Lucas, que ya estaba sentado en una silla frente a su abuelo, abrió el cuaderno.
-Jueves, diez de abril del año cincuenta después del Coronavirus.- dijo en voz alta a la par que escribía.
-Nunca me acostumbraré a esas fechas raras. ¿Tan difícil es decir dos mil setenta?
-¿Y qué es un bar?- preguntó Lucas obviando la crítica diaria de su abuelo al calendario actual.
-Pedro, que le veo venir...- dijo su yerno desde la cocina.- a ver que le dice que le estoy escuchando.
El abuelo suspiró.
-Lucas, un bar era un sitio donde la gente se reunía para beber antes del Coronavirus.
-¿Todos juntos en el mismo sitio?- dijo Lucas abriendo los ojos de par en par.- ¡Eso está prohibido! ¡Se puede transmitir el bicho!
-Por eso cerraron todos en el dos mil veinte.
-Lucas miró a su abuelo sin comprender.
-En el año cero.- rectificó resignado.
-¡Por eso te he elegido a ti! Sabes muchas cosas de la historia.
Lucas se recolocó las gafas sobre su diminuta nariz.
-¿Qué otras cosas hacíais ante del…- consultó su libreta .-...dosmil veinte y ahora no?
-El cine.
-Pero ahora seguimos teniendo la noche de cine los viernes ¡y pizza!
-Sí, pero entonces nos reuníamos juntos en la misma sala, no sé, cien o doscientas personas…
-¿Y cabíais todos? ¡Qué tele más grande debían tener!
-La pantalla era inmensa, tan grande como la fachada de esta casa.
-Eso es muy grande, ¿y había pizzas suficientes para todos?
-En realidad no comíamos en la sala. Bueno sí, palomitas y chucherías pero al final cenábamos en una hamburgueseria o en chino o en un mejicano...
-¡Suegro!- protestó Raúl desde la cocina.
-¿Pedíais todos a la vez la comida al mismo sitio para que os la trajeran? ¿Los doscientos?
-No, nos sentábamos a cenar dentro del local. Además, no íbamos todos los que estaban en la sala de cine, cada uno iba a donde le apetecía. De hecho la mayoría de la gente que estaba en el restaurante no había ido al cine.
-Espera, ¿con cuántas personas salías?- preguntó curioso Lucas .- Había doscientos en el cine y otros doscientos en el restaurante. ¡Eso es mucha gente!
-No, lo has entendido mal. Uno iba al cine con su grupo de amigos, cinco o diez como mucho, y después ese grupito de cinco o diez íbamos a cenar, y allí había más gente cenando que no tenían nada que ver con nosotros. La mayoría no había ido al cine, podían venir de… yo que sé… del fútbol por ejemplo.
-Pedro, no le meta fantasías al niño…- volvió a quejarse el yerno.
-Venían de ver el fútbol en la tele, ¿no?- intentó comprender Lucas.
-No, estaban en la calle, como nosotros.
-Sí, eso me lo contó mi amigo Juanito en el recreo. Quedabais para ver el fútbol y os sentabais en los bancos del parking.
-¿Querrás decir, quizá, en los bancos del parque?
-¿Dónde había césped? ¿En el parque o en el parking?
-En el parque.
-Pues ahí, en el parque os sentabais todos a ver los deportes. ¿Llevabais cada uno una “tablet” o había una tele grande como en el cine?
-Vamos a ver, te estás liando un poco. Íbamos al campo de fútbol y nos sentábamos en las gradas.
-¿En las qué?- preguntó Lucas sin dejar de escribir.
-Los asientos que había alrededor del campo de juego, normalmente de césped, se llamaban gradas. Allí nos sentábamos para ver el fútbol, o el deporte que fuera, en vivo.
-¿Y cuántas personas había en esas.- miró a su libreta .- gradas?
-Dependía del estadio… mil, dos mil, diez mil… cien mil.
-¡¿Todas esas personas a la vez?! ¿Cómo conseguían que estuvieran en silencio?
-No lo estábamos, se cantaba, se gritaba, se ins…
-¡Pedro!- intervino nuevamente el yerno desde la cocina.
-Se animaba al árbitro.- corrigió el abuelo.
-Ahora también cantamos, pero se tiene la opción de silenciar a los del otro equipo o a todo el mundo. Y si los mayores dicen alguna palabrota en el canal público los “banean”.
-¿Los qué?
-Los expulsan de la transmisión “online”.- aclaró el padre desde la puerta de la cocina .- y no los dejan entrar en un tiempo.
-Eso, y ya no los dejan entrar más.- ratificó Lucas.
-Si te sorprende lo del fútbol, mejor no te cuento lo de los toros.
El padre entró al salón, colocándose entre el nieto y el abuelo.
-No, ya eso no, se lo pido por favor.- intervino serio.
-¿Qué pasaba con los toros?
Raúl respiró hondo.
-Lo mismo que con el resto de espectáculos con público en directo, que acabaron cerrando.
-Sí, pero ¿qué hacían con los toros?
-Yo, si quieres, se lo explico.- dijo juguetón el abuelo.
El padre exhaló con todas sus fuerzas.
-¿Te acuerdas del espectáculo del Circo del Sol que vimos en la tele?
-Sí, me gustó mucho el último.- respondió Lucas
-¿Había algún animal?
-No, ninguno. Además algunos artistas hacían como que eran animales.
-Exacto. Hace mucho tiempo dejó de hacer circos con animales. Los toros eran otro tipo de espectáculo con animales.
-Ah, vale. Ya lo entiendo.
Lucas se giró nuevamente hacia su abuelo. Hojeó su libreta y prosiguió.
-Aparte de los bares, los restaurantes, el cine, el fútbol y el circo de los toros…
-Pon mejor circo a secas, es más general.- apostilló el padre a la vez que volvía a la cocina.
-Vale.- escribió obediente Lucas.- Aparte de todo eso, ¿hay algo más que eches de menos?
-Yo, con la edad que tengo, ya echo de menos pocas cosas… pero si tú las hubieses conocido como yo, seguro que las echarías de menos.
-Eso no lo he entendido.
-Raúl.- dijo el abuelo alzando la voz para que le escuchara desde la cocina.- ¿dónde está Victoria?
-Como tú deberías saber, tu hija está trabajando, no sale hasta las tres, ¿por qué?
-No, por nada, es que me preguntaba si alguna vez le habías contado a Lucas como se conocieron sus padres.
-Eramos amigos desde el colegio. Fue amor a primera vista.
-Vale, vale, a mi no me tienes que engañar que yo estaba allí.
-¡Pedro…!- regañó entre dientes al abuelo.
-Lucas.- el abuelo cambió de tema.- ¿alguna vez has estado en casa de un amigo del colegio?
-No, está prohibido. Hablamos en el recreo y después con mi mejor amigo por las tardes, que su padre llama al mío y jugamos juntos por videollamada.
-Muy bien. Así debe ser.
El padre se quedó en el salón expectante a la siguiente pregunta de su hijo y sobre todo a la respuesta del abuelo.
-Abu, entonces ¿hay algo más que eches de menos?
El abuelo miró de reojo a su yerno y contestó pausadamente.
-Las vacaciones.
-Ahora también tenemos vacaciones, abuelo. ¿Es que no te acuerdas? En navidad, en semana blanca, en verano…
-Sí, pero ¿a dónde vas?
-No entiendo.- respondió Lucas.
-Me refiero a que antes cometíamos las terrible irresponsabilidad de irnos todos juntos a vivir por un tiempo a otro sitio. Los que vivían normalmente en la playa se querían ir a la montaña, los que vivían en la montaña, a la playa. Si veían mucho verde todo el año, querían desierto y viceversa. Lo que te digo, una locura.
-Entonces, ahora estamos mejor, ¿no?- preguntó Lucas .- ¿Más seguros con el bicho?
-Sí, claro.- afirmó convencido el abuelo, aunque mirando de reojo a su yerno.
Raúl se quedó conforme con la respuesta y volvió a la cocina.
-Entonces.- comenzó a recapitular Lucas.- Echas de menos los bares, los restaurantes, el cine, el fútbol, el circo a secas y las vacaciones fuera de casa. ¿Algo más?
-No nada más.- elevó el tono para que Raúl lo escuchara mientras hacía de comer.
-Entonces, sin todo eso ¿estás mejor, peor o igual?
-Ahora estoy mucho mejor, donde vamos a parar.
El teléfono del padre de Lucas sonó y se colocó unos auriculares para entrar en lo que parecía una videollamada. El abuelo se acercó lentamente al nieto (sin sobrepasar la distancia de seguridad) y le susurró:
-La cuestión no es como me ha cambiado la vida en este tiempo. La verdadera pregunta es cómo te va a ir a ti.
-A mi bien, a salvo en casa, a salvo del bicho.- recitó Lucas la consigna que repetían a diario en el colegio “online”.
-Si no lo digo reviento, querido Lucas. Además, posiblemente no llegue vivo a cuando tú tengas la edad suficiente para comprenderlo.
-¿A qué te refieres?
-Que el que va a echar en falta los bares, los cines, los parques y los hoteles vas a ser tú. Que ahora no te das cuenta, pero que un día dentro de algunos años, al igual que ahora llega tu padre avisándote que te llama tu mejor amigo...
-¿Juanito?
-Sí, ese. Pues algún día llegará tu padre y te dirá que te llama la hija de un amigo, que quiere que la conozcas, y comenzarás a hablar con ella y después de un tiempo, con suerte, será tu mejor amiga y después de algunos años hablando a diario por fin podréis estar a solas, siempre y cuando te vayas a vivir con ella.- soltó como un escupitajo el abuelo.- “Con ella y sus padres”.- continuó pensando, sin atreverse a decirlo en voz alta.- ”Y no volverás a estar en la misma habitación que los tuyos, porque las hijas se quedan con los padres y los hijos se van de casa.”
Victoria bajó las escaleras con su prominente barriga de embarazada de casi ocho meses.
-Que bien os veo, ¿no?
-¡Sí!- dijo Lucas.- Estoy haciendo una entrevista al abu.
-Genial. ¿Y tu padre?.- dijo estirándose.
-Videollamada en la cocina.- respondió Lucas sin dejar de escribir en su cuaderno.
-Hija, una pregunta… ¿Ya sabéis el sexo del bebé?
Victoria miró al abuelo estupefacta, sin comprender la pregunta.
-Lo sabemos todos, incluido tú, desde hace tiempo. Va a ser una niña.- su cara era un signo de interrogación.
-¡Laurita! ¡Hermanita!- gritó Lucas abrazando, sin tocar, la barriga de su madre.
-Ah, es verdad. Perdóname, soy un viejo y mi cabeza ya no anda bien.- respondió el abuelo y siguió musitando entre dientes.- “¡Qué casualidad! Tienen un hijo varón y después, para compensar, tienen otro embarazo que se sabe desde el primer momento que es una niña… la que se queda con los padres”
El padre terminó la videollamada y se reunió con el resto de la familia en el salón.
-La comida ya está lista, ¿ya habéis terminado la entrevista?
-Sí.- dijo contento Lucas.
-¿Y cuál es la conclusión?
Lucas recogió de nuevo su cuaderno y leyó la última frase:
“Se han perdido algunas cosas que se hacían antes pero que solo echan de menos las personas mayores. Los niños no las echaremos de menos porque no las hemos conocido”.
-Buena conclusión.- añadió la madre.
-Sí señor, créeme que ha costado.- afirmó el padre.- ¿Podemos comer ya?
Mientras el abuelo se incorporaba lentamente de su butaca y Lucas se afanaba en guardar sus cosas en la mochila, el matrimonio entró en la cocina.
-Una cosa más.- añadió el abuelo en voz baja .-¿Sabes lo que es una residencia para la tercera edad?
-Ni idea-. respondió Lucas encogiendo los hombros.
-Eso está bien. Hay cosas que han desaparecido con este bicho que nunca deberían haber existido.
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