Relato: La Cena

Vino, jamón y aceitunas
(de Brunosan)
Aquella cena era bastante peculiar, por un lado se reunían personas que ni por asomo lo hubieran hecho en otras condiciones, y por el otro, tenía unos motivos bastante inusuales. Hacía un mes exactamente que había muerto D. Elisardo de la Ventorrilla, conde del Guadalhorce, y aún no se había repartido la parte mas importante de la herencia. Los interesados eran los dos hijos varones del conde, Elisardo Junior y Ernesto; la viuda de su hermano, Florinda; el fiel chófer de toda la vida, Domingo, y el mozo de cuadras de la finca de verano, Francisco.

Los comensales alrededor de la mesa se miraban en silencio, sin atreverse a hablar unos y sin dignarse a hacerlo otros. En una mesa auxiliar lo observaba todo el notario D. Alejandro Sánchez, ajeno a cualquier tipo de disputa y sin el más mínimo interés por la herencia mas allá de lo que su minuta establecía.


-Bien, podemos comenzar.- dijo el notario a la vez que comprobaba la hora en su reloj de bolsillo.- Estamos aqui reunidos.- prosiguió leyendo.- para cumplir la última voluntad de D. Elisardo de la Ventorrilla, Conde del Guadalhorce, fallecido exactamenete hace un mes. Por deseo expreso del Conde, seré breve en mi exposición.- aquí levantó la cabeza de los papeles que estaba leyendo.- Cada uno de los aquí presentes, recibirá una quinta parte de la herencia. Los detalles de las cantidades están en la documentación que les he entregado al llegar.


Todos miraron los sobres cerrados que descansaban delante de cada uno en la mesa. A ninguno le hizo falta abrir el sobre para saber que una quinta parte de la herencia era un pellizco bastante suculento.

-Me parece indignante tener que repartir la herencia de mi padre con estos.... .- Elisardo hizo un gesto despectivo hacia el chófer y el mozo de cuadras .- ... señores.
-Elisardito, no me toques los cojones, que te he visto comerte  los mocos.- sentenció el chófer, bastante mayor que el resto.
-Eso no son maneras de hablar delante de una dama.- cortó Florinda, estirando tanto su cuello como pudo.- aunque claro, siendo quién es, no podía esperarse otro comportamiento.
 
Los dos hermannos rieron, primero Elisardo y después, en una clara imitación, Ernesto. Francisco, el mozo de cuadras, permaneció en silencio.

-Señores, por el bien de todos conserven la calma y las buenas maneras. He de decirles que el pago de la citadas cantidades no se realizará hasta que no se cumplan las condiciones establecidas por el difunto.- Zanjó el tema el notario.

Todos miraron al notario, preguntándose cuales serían esas extrañas condiciones.

-Las condiciones.- prosiguió el notario.- son tres.

-Pues rapidito con esas condiciones, que tenemos prisa.- espetó Ernesto, el hijo menor del conde.

-Adelante pues.- siguió el notario con una leve mueca de desparobación por tanta exigencia.- La primera condición es que beban en memoria del difunto. Obviamente, el coste de las bebidas correrá a cargo de los comensales.

Un camarero se acercó raudo a la mesa, probablemente alertado previamente por el notario para aparecer en dicho momento del acto.

-¿Que van a beber los señores?
-Vino.- respondió Elisardo
-Buena elección.- asintió su hermano.
-Yo tomaré lo de siempre, gracias.- dijo con una falsa discreción Florinda. Un leve cabeceo del camarero fue su respuesta.
-Un momento.- dijo Domingo.- ¿cada cuál paga lo suyo o después vamos a escote?

Los dos hijos del conde rieron despectivamente por la ocurrencia del chófer. Florinda, la cuñada, miró despectivamente hacía otro lado, mostrando que esa conversación no iba con ella.

-La voluntad del señor Conde indica que la cena sea pagada por los comensales, pero no entra en tantos detalles. Si están de acuerdo todos los presentes, podemos quedar en dividir el importe entre los cinco.

-De acuerdo.- dijo raudo el chófer.
-Sin problema.- respondió Ernesto.
-Nunca hablo de dinero en público y menos de cantidades tan nímias.- recalcó Florinda sin dignarse a mirar al Notario.

Elisardo hizo un gesto afirmativo con la mano, al igual que Francisco aunque este último usó la cabeza.

-De acuerdo todos entonces.- anotó el señor notario.
-Entonces, también tomaré vino. El mismo que ellos dos.- dijo sonriente Domingo.
-Tomaré agua, gracias.- dijo Francisco dirigiendose al camarero.

El agua fue servida rapidamente. Una copa de vermut fue servida a Doña Florinda. El vino se demoró un poco por el proceso de apertura  y aprobación. El camarero, sin saberlo, provocó las iras de los hijos del conde al darselo a probar al mayor de los que iban a tomar vino, el chófer.

-Un vino excelente.- dijo comicamente Domingo, burlándose de los dos aristócratas.

-En cuanto beban ustedes tendremos completada la primera condición del testamento.- cortó el notario, para que los enfrentamientos no llegaran a mayores.

Elisardo, el hijo mayor, levantó su copa y bebió un sorbo del vino. 

-Por el conde.- dijo Francisco a la vez que bebió toda su agua de un solo trago. 
-Por el conde.- tuvo que añadir Elisardo, al darse cuenta que no había dicho nada.
-En memoria del señor Conde.- dijo Florinda levantando su copa al cielo, a la vez que mostraba una falsa melancolía.
-¡Por mi padre!.- exclamó Ernesto
-Por Elisardo.- dijo Domingo.

El hijo menor y el chófer, como si de una competición se tratase,  apuraron sus copas. El camarero las rellenó al instante.

-Excelente, todos los herederos han bebido en honor del difunto. Pasemos pues al siguiente punto.- ojeó sus notas.- Ahora, por deseo expreso del Conde, los herederos deben comer en su honor.

El camarero apareció justo al terminar las palabras del notario.

-¿Qué van a tomar los señores?
-Para no alargar mucho el acto, no creo que sea necesario una cena de cinco platos,  propongo tomar algo simbólico, si el señor notario no se opone, claro está.- intervino pausadamente Elisardo.
-Sí, opino lo mismo. Con un plato de jamón al centro sería suficiente.- respondió el notario, anotando la decisión en su agenda.
-Sí, pero que sea jamón del bueno, del que guardais en la bodega.- espetó el chófer.

Hubo unos segundos de silencio, en los que cada cual se dedicó a lo que mas le interesaba. El notario, revisaba sus notas, aunque ya empezaba a quedar claro que era una excusa para no entablar conversaciones sin sentido con los herederos. El chófer y Ernesto, volvieron a apurar sus copas, que fueron convenientemente llenadas. Por su lado, Francisco y Elisardo se limitaron a observarse. Florinda fingía buscar algo en su bolso durante un rato.

-Don Alejandro, a riesgo de parecer impertinente, ¿Cuántos requisitos nos quedan?.- preguntó Elisardo.
-El de la comida y otro más.- respondó Alejandro desde detrás de sus anteojos.

El plato de jamón llegó en las manos de un camarero y fue depositado en el centro de la mesa, al alcance de todos los comensales.

-Muy poco ha tardado.- murmuró el chófer.- Para mí que no es de la bodega.

-Por el conde.- cortó Elisardo, ignorando el comentario y comiendo un poco de jamón.

El notario lo anotó en su cuaderno.

-Por el conde.- Ernesto hizo lo propio
-Por Elisardo padre.- dijo solemnemente Domingo, a la vez que rebuscaba el trozo de jamón mas grande.
-Por el conde.- dijo Francisco, comiendo discretamente un trozo.
-Por el conde.- dijo Florinda mordiendo la aceituna de su vermut.- Y por supuesto que pagaré mi parte del jamón, pero no quiero que nadie diga que he comido en el mismo plato que ninguno de los presentes.

El notario asintió con la cabeza y anotó lo acontecido en su cuaderno.

-Y ahora, ¿qué queda?.- preguntó impertinentemente Ernesto.- ¿un puro?
-Pero uno para cada uno, que no pienso comparirlo con vosotros.- añadió Domingo muy serio.
-Yo solo fumo con amigos, y en este no es el caso.- añadió Florinda.
-Pasemos a la última condición impuesta por don Elisardo de la Ventorrilla, Conde del Guadalhorce.- cortó el tema Don Alejandro.- Esta condición es un poco mas compleja de explicar, pero bastante simple en su ejecución.

Todos esperaron con atención lo que les iba a proponer el difunto Conde por boca del notario.

-Basicamente, consiste en que cada uno de los candidatos a herederos deberá hacer una petición a uno y solo a uno de los aquí presentes, excluyéndome a mí, claro está. Independientemente de la petición, la respuesta debe ser positiva. Las únicas restricciones serían la vulneración de los derechos fundamentales, es decir, no podrá pedirse que nadie se quite la vida o que se realizen actos delictivos, y la limitación física que impone el restaurante, por lo que no se podrá pedir nada que implique que nadie salga o entre en esta estancia. Cualquier duda al respecto será solventada en el acto por mi mismo, tal y como lo hizo constar el Señor Conde en la documentación que tengo en mi poder.

Los cinco herederos se quedaron perplejos. Parecía que el cobro de la herencia se iba a complicar.

-Pero, ¿qué clase de juego es este?.- espetó el hijo mayor.
-La voluntad de su padre.- respondió, serio, el notario.- Permitame recordarle que no está obligado a participar.
-Por supuesto que no.- respondió orgulloso, haciendo el amago de levantarse.
-Esto supondría la renuncia a su parte de la herencia.-aclaró el notario.

Sus ojos se inyectaron en sangre, y la mirada de odio hacía el notario fue clara, pero solo duró un segundo, lo que tardó en recordar la suma de dinero que se estaba jugando.

-De acuerdo, comencemos pues.- dijo serenamente.
-Un momento, un momento.- interrumpió el chófer.- Pero esto de las peticiones ¿qué es? Se supone que si alguno me pide, por ejemplo, que me suba a una silla imitando a una gallina, ¿tengo que hacerlo?.- preguntó curioso el chófer.
-Sí, si quiere recibir su parte de la herencia.- respondió el notario.
-Desde ya les informo que mi dignidad y decoro están por encima de cualquier tipo de herencia, faltaría más.- interrumpió Florinda.
-Pero vamos a ver... que no me entero.- volvió a la carga Domingo.- entonces, ¿le puedo pedir a uno de estos su reloj, o mejor aún, su casa?.- dijo señalando a los hijos del conde.
-Lo del reloj sí sería posible, pero cualquier otra propiedad que no esté en esta estancia quedaría fuera de las normas.- explicó Don Alejandro.

Ernesto, el hijo menor, intentó ocultar su caro reloj debajo del puño de su camisa, cosa que hizo que todos fijaran la atención en él.

-Pero no me entero.- interrumpió otra vez el chófer.- y si uno de estos me pide que le de mi parte de la herencia, ¿tengo que hacerlo?
-Los derechos sobre la herencia están en los sobres sobre la mesa, así que, al estar dentro de esta habitación, entran dentro de las posibles peticiones.
-Uff.....- resopló el chófer.

Las insistencia de Domingo había dado en el clavo. Cualquiera podía pedir la parte de su herencia al resto. 

-Pero.... .- Domingo seguía sin entenderlo.- si el niñato este me la pide, yo puedo pedirsela después a él, ¿no? ¡La suya y la mía!
 -Es una posibilidad.- respondió de manera neutra el notario.

Un segundo de silencio y Francisco, que había permanecido callado, intervino.

-¿En qué orden se realizan las peticiones?
-Exactamente, el orden es primordial en este jueguecito.- añadió Elisardo.
-El orden ha sido.- hizo una delatadora pausa.- sorteado previamente. Podrán realizar sus peticiones en el siguiente orden: en primer lugar el señor Domingo Bermejo, en segundo  Ernesto de las Ventorrillas , en tercero la señora Florinda de Hernández y de las Ventorrillas, en cuarto Francisco Sánchez y por último Elisardo de las Ventorrillas Junior.

-¡Espere!.- volvió a interrumpir el chófer.- Si este estirado pide el último, no importa lo que hayamos pedido antes este muchacho y yo, nos lo van a quitar todo. ¡No es justo!
-Siempre tiene la opción de retirarse, y perder sus opciones sobre la herencia.- sugirió Elisardo.

Francisco se quedó con la vista fijada sobre la mesa. Elisardo sonreía por lo favorable de la situación, Ernesto, aunque no entendía muy bien como, ya se veía con toda la herencia, o por lo menos con la parte que le dejara su hermano. Florinda, con amplía sonrisa, cambió su actitud hacía sus sobrinos:

-La sangre es mas espesa que el agua, ¿verdad sobrinos?
-Claro, Florinda.- dijeron al unísono los dos hijos del conde.
-Y los trabajadores tenemos que apoyarnos, ¿verdad Francisco?.- preguntó Domingo, aunque mas bien parecía una amenaza.
-Caballeros, terminemos con todo esto que tengo negocios importantes que me aguardan.- dijo con una aparente indeferencia.

El chófer, no dejaba de mover la cabeza de un lado para el otro.

-No es justo.- repetía.- Si al final todo va a ser para sus hijos, no entiendo porque el señor conde nos ha estado mareando un mes con el tema de la herencia.
 -No estamos aquí para juzgar si el mecanismo es justo o no, simplemente podemos cumplir las condiciones que estipula el testamento o no.

-Hermano.- dijo por lo bajo Ernesto.- según como lo veo, vamos a tener que ir a medias, ¿no?
-Claro, querido hermano.- lo tranquilizó Elisardo.
-Comencemos pues.-  añadió el notario.- ya que el orden ha quedado establecido claramente no hay motivo para retrasarlo. Procedamos pues a las peticiones. Usted primero Don Domingo.

-Mmmmm .- dijo dubitativo Domingo.- está claro que me voy a quedar sin un duro, así que por lo menos voy a darme una pequeña satisfacción. Pido a Ernesto que me entregue, aunque sea mientras su hermano me lo arrebata, todo lo que lleva consigo.- hizo una pausa dramática.- Eso incluye toda la ropa.
-¿y si me niego?.- respondió Ernesto
-Perderá su parte de la herencia y,,,
-La voy a perder de todos modos.-cortó Ernesto al notario.
-Le repito que perderá su parte de la herencia y esta pasará a las distintas obras de caridad de su difunto padre.

Ernesto miró sin comprender la diferencia entre que el dinero lo tuviera Domingo o un pobre cualquiera. El notario tomó aire.

-Es decir, que si usted se retira, su parte del dinero ya no estará disponible para nadie en esta habitación. Es como si no existiera. Si no lo hace, y su dinero va a parar a Domingo, puede ser reclamado por algún otro participante, como, por ejemplo, su hermano.

Ernesto, enrojeció después palideció y volvió a enrojecer.

-Parece ser que tengo que recordarles que  hay  una dama presente.- echó un cable Florinda.

El notario, sin inmutarse, le respondió en tono neutro:

-Parece ser que tenemos una disputa sobre los términos en las que van a ser llevadas a cabo las peticiones, así  que, como he indicado previamente, tendré que intervenir para definir los límites. Estipulo que cualquier tipo de desnudez queda excluida. Además, a nadie se le podrá pedir nunca que lleve menos ropa que la que ha llevado alguna vez en un acto público decente.

Ernesto sonrió ampliamente. Parecía que se había librado de la humillación. Domingo se quedo pensativo, y añadió:

-Parece que no me voy a dar el gustazo  de verte en pelotas. Pero, si nos atenemos a eso que ha dicho de la ropa que alguna vez se ha llevado en un acto público... ¿no es verdad que en el cumpleaños de tu padre de hace cuatro o cinco años bajaste a cenar solo con los gayumbos y una corbata?

Elisardo no pudo contener una carcajada. De hecho, todos los presentes rieron al recordar aquella anécdota familiar. Incluso el notario, gran amigo de la familia, esbozó un principio de sonrisa al recordar aquel episodio que provocó uno de los innumerables cambios en el testamento del señor conde.

-Resumiendo, que aflojes la pasta y fuera pantalones.- cortó Domingo.

Ernesto cambiando el gesto. Apuró su copa de vino, que ya no fue rellenada puesto que el camarero no se encontraba en la sala, se levantó, tiró su sobre a la cara de Domingo y se dispuso a quitarse los pantalones intentando mantener la dignidad, cosa que no consiguió. Antes de dárselos a Domingo, rebuscó en los bolsillos intentado extraer sus pertenencias.

-No, Ernestito. He dicho todo lo que llevas  encima. No te quedas en pelotas porque el notario no me deja, pero el resto es para mí. Incluido tu reloj.

El notario asintió. Ernesto fue dejándolo todo encima de la mesa sin mucho ánimo y  anotó todo lo acontencido y prosiguió.

-Su turno, doña Florinda.- continuó aséptico el notario.
-Es obvio que voy a recuperar lo que pertenece a nuestra familia.- dijo Florida mirando a sus sobrinos.- Pero, sería una temeridad no exigir una garantía por vuestra parte de que recibiré el mismo trato, ¿verdad?

El notario, entendiendo a que se refería Florinda, aclaró:

-Deje clara su petición y a quién. Si pide esas garantías de las que habla, no podrá pedirle nada mas a nadie,  que le quede claro.

-Querida tía, como hemos dicho antes, la sangre es mas espesa que el agua. No se preocupe.- Dijo pausadamente Elisardo, aunque el tono y entonación parecían indicar todo lo contrario.
-Y no te olvides de mis pantalones.- cortó Ernesto.

Florinda respiró hondo y, mirando al notario dijo:

-Pido a Domingo, los dos sobres, el pantalón de mi sobrino Ernesto y también el suyo, para que aprenda que uno recibe lo que da.

Domingo rió a carcajadas.

-Una noche perfecta. He sido rico durante unos minutos, he dejado casi en pelotas al hijo tonto del conde y su hermana madurita me pide que me baje los pantalones. ¡Cuando lo cuente en la taberna no se lo van a creer!
-Disculpe, Doña Florinda. Eso son varias peticiones en una.- corrigió el notario.
-No. He pedido lo mismo que él le ha pedido a Ernesto. ¡Exijo el mismo trato!
-Para eso estoy aquí, para que todos reciban el  mismo trato. ¿Acaso no quiso decir que le pide todas sus pertenencias?
-Sí, eso exactamente.- dijo tajantamente la señora.
-De acuerdo, era solo una aclaración.

Se entregaron los sobres y el pantalón de Ernesto, que seguían tirados sobre la mesa. Para entregar su pantalón Domingo se levanto personalmente y dándole la espalda a Florinda y a escaso medio metro de su cara se los bajo a la vez que se agachaba, dejando su gordo culo a la altura de la cara de la aristócrata. Volvió a su silla riendo y con un marcado contoneo de caderas. Florinda se debatía entre mostrar un falso pudor, una contenida indignación o satisfacción por haber recuperado parte de la herencia familiar.

-Perfecto.- dijo el notario.- Todo en orden hasta el momento. Su turno Don Ernesto.
-Mi petición a mi querida tía son mis p.....- contestó rapidamente Ernesto, que no había apartado la vista de sus pantalones en ningún momento.

Antes de que Ernesto terminara, su hermano Elisardo le susurró algo al oído. Ernesto, visiblemente contrariado, lo miró como pidiendo confirmación. Ernesto asintió.

-Perdón, quería decir que le pido los 3 sobres de le herencia y mis pantalones.- dijo mirando fijamente a la mesa.

Florinda abrió los ojos de par en par.
-Serás....

Elisardo sonrió ampliamente. Domingo volvió a reirse a carcajadas.

-Disculpe, Don Ernesto.- interrumpió el notario.- Como ya dije antes, eso son varias peticiones. Solo puede hacer una.
-Pues eso, que se lo pido todo.- dijo quejumbrosamente Ernesto.
-Eso incluye sus joyas y sus ropas hasta un grado de desnudez, digamos, socialmente aceptable.

Florinda se lenvantó.
-¡Inaceptable!- gritó.- Esto es un trato inaceptable. Me retiro de la herencia.
-¿Le recuerdo que implicaciones tiene eso?.- preguntó en tono neutro el notario.
-Me da igual que todo mi dinero se vaya a la caridad. Si no es para mí, no será para ninguno de estos.- sentenció Florinda.
-Querida tía. Estás en tu derecho de retirarte y no soy quién para corregirte.- Intervino Elisardo.- Tienes dos opciones, o te retiras ahora quedándote igual que has venido o, por el contrario, sigues en el juego y, quién sabe, si finalmente tus sobrinos obtienen toda la herencia podríamos compartir algo contigo. Esa cantidad sería mas que la que tenías al empezar todo esto.
-Ya, pero no pienso desnudarme.- dijo tajantemente, pero dejando una puerta abierta a la negociación.
-Nadie te está pidiendo que lo hagas. De hecho las condiciones del juego lo prohíben. No se te puede exigir mas desnudez que la que tu hubieras lucido voluntariamente en el pasado, ¿no es así señor notario?
-Exactamente.
-Pues, si no recuerdo mal, la única vez que te he visto en público con menos prendas fue en aquella fiesta en el jardín en el que el viento se llevó volando tu pañuelo. Simplemente consistiría en eso. Prácticamente un símbolo.

Florinda dudó y finalmente se quitó el pañuelo.

-Eso con respecto a la ropa.- aclaró el notario.- Pero la petición de Don Ernesto ha sido la de todas sus pertenencias. Eso incluye el collar y los pendientes.

Florinda abrió la boca ampliamente.

-Te  los devolveremos tita, es solo un momento.- se justificó Ernesto.

Florinda procedió a regañadientes. Pensando mas en el beneficio final que en el perjuicio temporal.

El notario, que había anotado todo convenientemente, siguió con su guión.

-Ahora es el turno de don Francisco.

El mozo de cuadras, miró a todos los asistentes, a los sobres y a los pantalones que estaban encima de la mesa. Ernesto le hacía infructuosos gestos a su tía para que le acercara al menos los pantalones.

-Pues se está muy cómodo sin pantalones.- añadió Domingo.- me quedaría así la noche entera.
-Permanezca en silencio.- cortó el notario.- Estamos esperando la petición de Don Francisco.

Mientras tanto, Florinda, cogió el pantalón de Ernesto con dos dedos y lo lanzó unos centímetros en dirección a Ernesto, que raudo y veloz los agarró y se los puso con la torpeza propia de las prisas. También depositó las joyas y su pañuelo en el mismo sitio en el que estuvo el pantalón.

-A primera vista, tengo dos opciones. Puedo pedir a Ernesto sus sobres, que representan tres quintas partes de la herencia. Y ver seguidamente como Elisardo me los arrebata para  quedarse él con todo. O, por el contrario, puedo pedirle su parte a Elisardo, con lo que él al final estaría en la tesitura de si pedirme a mí los dos quintos, o a su hermano los tres quintos. 
-También veo esas dos opciones.- respondió Elisardo.
-Hagas lo que hagas te quedas sin nada.- dijo Ernesto.
-Lo que está claro es que no tengo ninguna oportunidad de quedarme con todo.
-Exactamente.- respondió Ernesto sin captar la diferencia entre quedarse sin nada y no poder quedarse con todo.- Además, no olvides que es lo mismo que el dinero lo tenga mi hermano o yo, vamos a repartirlo.

Florinda empezó a preocuparse, su parte quedaba en manos de la buena voluntad de sus sobrinos. Eso, al menos, era mejor que depender de la caridad del mozo de cuadras.

-Bien visto.- respondió Elisardo.- Estas tomando conciencia de que hagas lo que hagas todo quedará en la familia, como estaba previsto desde el principio.
-No he dicho eso. He dicho que es imposible que yo me quede con todo. Pero no es imposible que me quede con alguna parte.
-Sorprendeme.- retó Elisardo.

Francisco observó durante unos segundos a los tres aristócratas, eran familia pero no dudarían en apuñalarse por la espalda a la mínima oportunidad, y eso jugaba a su favor.

-Señor notario, le pido a Ernesto.- dijo Francisco sin dejar de mirar a Elisardo.- que se quede con la mitad de la parte que me corresponde de la herencia.
Ernesto carcajeó, al igual que la tía.
-¿Qué esperas? ¿clemencia?- dijo Ernesto, a la par que buscaba la aprobación de su hermano.-
-Anotada queda su petición.- dijo el notario.- Es su turno Elisardo.

Elisardo, que no se había reído en absoluto se quedó observando los sobres en la mesa. Cinco sobres.
-Tal y como yo lo veo, tienes dos opciones. O me quitas mi parte de la herencia quedándote tú con los derechos sobre una parte y media, y teniendo que negociar con tu hermano y tu tía como se reparten las otras tres partes...
Ernesto y Florinda afirmaban con la cabeza como si esa fuera la única opción posible.
-... o te olvidas de mí, y le quitas a tu hermano las cuatro partes y media de la herencia, que ya serían legalmente tuyas y que no estarías obligado a repartir con nadie.

La cara de Ernesto y Florinda cambió. Elisardo sufrió un pequeño tic en un ojo, señal de que se estaba poniendo nervioso.

-Su turno Elisardo.- repitió el notario.
-Hermano, ¿qué vas a hacer?.- preguntó Ernesto.
-¿Sobrino?.- Intervino Florinda.

Aquella noche fue la última vez que se vio juntos a los herederos del Conde del Guadalhorce.





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