Relato: Mensaje en una botella

[Relato corto finalista en el XXXII Certamen Joaquín Lobato]


MENSAJE EN UNA BOTELLA

Botella vieja (de Emilian Robert Vicol)


El móvil vibró sobre el escritorio y Carolina lo desbloqueó por inercia y apartó la vista del libro que estaba leyendo durante un segundo para ver quién le había escrito.

         K ase?

Ahí empezaron las comparaciones en las que “Willy”, aunque se llamaba Guillermo, saldría malparado. Ella continuó leyendo las rimas de Gustavo Adolfo Bécquer.

        ¿Qué es poesía?
        ¿Y tú me lo preguntas?

Willy no tenía el don de la paciencia e insistió con un nuevo mensaje. Con un movimiento mecánico del dedo Carolina leyó su contenido. Sus ojos saltaban entre el móvil y el libro. Parecía un diálogo.

        No contstas? Seguro que stas con tus libros

        ¿Y tú me lo preguntas mientras clavas tu pupila azul en mi pupila?

        Bueno k t quiero pecha. K cuando nos vemos?

        ¿Y tú me lo preguntas?

        Pa liarnos y eso

Y finalmente, Bécquer, desde el libro,  puso la guinda final.

        Poesía eres tú

No es que Willy hablara así porque se hubiera criado en la última pedanía del pueblo más apartado de una recóndita provincia, lo dos habían estudiado en el mismo colegio de la capital. “El Willy” simplemente hablada y escribía como la mayoría de adolescentes. En un acto casi inconsciente de desprecio alejó el móvil de su lado, dejándolo junto a los libros de Rubén Darío, Lorca y Cortázar

-Aquí sales perdiendo.- le dijo y lo volvió a mover al otro extremo del escritorio, junto a la grapadora.- Mucho mejor en este sitio.- dijo a la vez que lo silenciaba.- calladito estás más guapo.

Aquellos días en la casa de la playa le había servido para tomar perspectiva de todo lo que le había pasado. Había sido un año de muchos cambios y todavía no se había repuesto: el divorcio de sus padres, el cambio semanal de casa que le hacía vivir en una mudanza eterna y para colmo el paso al instituto. En resumidas cuentas, habían cambiado tantas cosas en su vida que ya no se reconocía ni ella misma. Ni que decir tiene que su padre tampoco la reconocía.

Para el padre, Antonio, era completamente diferente. Su vida también había cambiado, obviamente, pero la diferencia estaba en que él había dirigido esos cambios. Él decidió divorciarse, él buscó la nueva casa en una comarca cercana a la capital, la Axarquía, y fue él el que luchó por conseguir la plaza en el MVVEL, el museo de Vélez-Málaga, para afianzar su vocación y profesión de historiador.

Aquella Semana Blanca se habían propuesto volver a conectar como padre e hija, e iba bastante bien. Entre todas las cosas previstas para la semana estaba la de retomar el hábito de la lectura. Cada uno había elegido un libro que el otro debía leerse y los iban comentando en otra de las actividades de la semana: una limpieza ambiental. Aprovechando que la nueva casa del padre estaba cerca de la playa, paseaban por la zona dejándola un poco mejor de lo que se la habían encontrado.

En uno de estos paseos encontraron la primera de las botellas. Estaba semienterrada bajo un montón de cañas secas. La primera impresión al verla fue que era muy antigua. En cuanto la limpiaron un poco descubrieron que dentro había un rollo de papel en el que se podían adivinar trazos manuscritos. Se trataba, sin lugar a dudas, de un mensaje en una botella. 

-Vamos a casa, quiero abrirla sin estropear el contenido.- dijo Antonio.

Al llegar a casa, Carolina dejó vacía la mesa del salón. Le colocó un mantel blanco y dispuso ordenadamente algunas pequeñas herramientas de precisión, como su padre le había indicado. Antonio se quedó sorprendido de no tener que estar repitiendo varias veces las cosas hasta que Carolina obedeciera. Una vez abierta la botella cuidadosamente, leyeron el mensaje juntos:

Mar de Alborán, 7 de Septiembre de 1785 2/4
El tiempo pasa lentamente en esta celda. Recuerdo dos puestas de sol pero no se cuanto más aguantaré sin confundir un día con el siguiente. He conseguido esconder los útiles de escritura entre mis ropas, pero en cualquier momento podré ser descubierta. Una de las dos comidas que me dan al día, o mejor dicho, arrojan, incluye una botella de vino, medio vacía. La de anoche la guardé y no se dieron cuenta, así que planeo arrojarla por la ventana con este mensaje dentro. Por la pequeña apertura de mi celda  veo tan solo el mar, y el sol me indica que estoy mirando al norte, por lo que me encuentro en algún lugar de la costa africana frente a la península o, quién sabe, en algún islote del mar de Alborán. Aunque me taparon la cabeza cuando me capturaron en el barco en el que viajaba con mis padres, es imposible que me hayan llevado más lejos en tan poco tiempo. Mi ama de cría, Fátima, hablaba dariya, un dialecto del árabe usado en el norte de África, y me lo enseñó desde pequeña, era nuestro “lenguaje secreto”. Gracias a ello he entendido alguna conversación de mis carceleros. Están esperando a que llegue alguien muy importante, y ese puede ser el motivo por el que me tratan moderadamente bien. Al menos tardará tres días en llegar.

Mis pensamientos están ahora con Óscar, del que casi no pude despedirme en el puerto de Málaga cuando zarpamos rumbo a las Américas. Él piensa que estoy camino a mi nueva vida, en la que no está él, y ahora es cuando más lo necesito cerca. 

Al que encuentre este mensaje, hágaselo llegar a mi padre, F.S. en Macharaviaya
N.S.

-Hay algo más en la botella.-añadió el padre.-es otro trozo de papel, podría ser otra página del mensaje.

Con mucha paciencia y un poco de habilidad el padre consiguió sacar un pequeño rollo de papel. Al abrirlo lo reconoció al instante. Era un naipe de la baraja española.

-¡Qué raro!.- exclamó Carolina al ver el naipe.-no se parece a las de la baraja actual.
-Creo que se de dónde es, pero tengo que confirmarlo. Espera, ¿has visto la numeración de la parte superior del mensaje?. Pone “2/4”, parece que es el segundo mensaje de una serie de cuatro. 
-Entonces, ¡hay más botellas! Vamos a buscarlas...
-Ya es tarde, está oscureciendo y no vamos a ver nada. Mañana, en cuanto amanezca, volvemos a la playa. Te lo prometo.

Carolina se fue a la cama pero no se quedó dormida. Su cabeza no dejaba de fantasear con aquella muchacha en peligro esperando a su amante, así que daba vueltas intentando conciliar el sueño. La luz del móvil que aún estaba silenciado en el escritorio llamó su atención y le recordó que no lo había mirado desde por la mañana, algo impensable hacia pocos días. Leyó los últimos mensajes:

        Nena te a dao ahora por pasar de mi o q?
        Si lo haces para hacerte la interesante no llegas a ningún lao vaya
        Te crees que siempre voy a estar detras tuya no?
        Mira te estoy dando la oportunidad de q quedes conmigo y encima te portas asi no?
        Pa cuando se te pase la tonteria me avisas. Tu a mi no me conoces.

De puro hartazgo le respondió:

¿Y tú me conoces a mí? ¿Serías capaz de completar la estrofa? 
“En el coro de babel”

Se quedó dormida esperando una respuesta, vencida por el cansancio, a altas hora de la madrugada. Cuando se despertó con los primeros rayos de sol saltó de la cama.

-¡Papá! ¡Vamos a la …!.- entró emocionada al salón, parándose en seco al ver una botellas sobre la mesa.
-No podía dormir y salí a pasear cuando todavía era de noche. Estaba un poco más hacia el interior de dónde encontramos la otra ayer.- se excusó el padre .
-¿La has abierto ya?
-No, todavía no. Te estaba esperando.- le dijo a la vez que le guiñaba el ojo.
-¡Gracias!.- le dijo a la vez que lo abrazaba.

Era el primer abrazo que le daba desde el divorcio. Mientras Carolina se preparaba su Cola-Cao su padre abría cuidadosamente la botella. Primero sacó un naipe de la baraja española. Era el dos de copas, se podía leer justo en el centro:  “PARA LAS YNDIAS”

-Está mal escrito.- dijo Carolina al verla.
-No exactamente. Según la manera actual de escribir, sí. Pero hay que tener en cuenta que este naipe es de finales del siglo XVIII y en aquella época las normas eran distintas.
-Pues parece escrito por el Willy.
-¿Quién? ¿tu novio?
-No es mi novio, papá. Bueno, lo fue. Creo. Ahora nos estamos dando un tiempo para pensar.- dijo Carolina mientras observaba por ambas caras el naipe.- Como tú dirías le estoy castigando con el látigo de la indiferencia...
-Aunque no creo que sepa lo que significa la palabra indiferencia.- respondió el padre abrazándola.
-¿Qué número pone?.- preguntó Carolina volviendo al tema que tenían entre manos.
-Parece que es el tercero.- respondió Antonio recomponiendo la postura.

Leyeron juntos:

Mar de Alborán, 10 de Septiembre de 1785 3/4
Esta mañana me ha despertado una gran algarabia en los pasillos en lugar del portazo de mi carcelero al traer la primera comida del día. Parecía que el que estaban esperando había llegado. En los días anteriores no paraban de hablar de “ese que tenía que venir”. Primero comenzó como un murmullo en la lejanía, pero poco a poco fue aumentando hasta convertirse en gritos. También se escuchaban golpes. Conforme se acerca el tumulto se podían distinguir claramente el choque metálico de las espadas. Por lo que acerté a vislumbrar desde la pequeña abertura de la puerta de mi celda, varios cuerpos de guardias yacían  en el suelo y otro se perdía, espada en mano, por el pasillo de mi derecha. A los pocos segundos retrocedía esquivando los envites de un misterioso enmascarado. Tras asestarle la estocada final, que dejó al guardia en el suelo, el enmascarado se giró hacia la puerta de mi celda. Me asusté y retrocedí hasta el fondo, junto al montón de harapos que hacían las veces de cama.

Escuché el tintineo de las llaves, muy probablemente el enmascarado las había encontrado en el cuerpo sin vida del guardia recién abatido. Unos pasos firmes se acercaron hasta la puerta y cuando parecía que iba a a abrirse oí lo siguiente:

-Creer que un cielo en un infierno cabe, Dar la vida y el alma a un desengaño...
-Esto es amor, quién lo probó lo sabe.- Respondí instintivamente

La puerta se abrió y pude contemplar a Óscar. Estaba cansado, sucio y herido, aunque solo superficialmente, pero su sonrisa seguía brillando. Había venido a rescatarme, sin duda una proeza mayúscula y una muestra de amor aún mayor, pero aún nos faltaba lo más difícil: salir de este islote infestado de piratas y volver a Málaga.

Al que encuentre este mensaje, hágaselo llegar a mi padre, F.S. en Macharaviaya
N.S.

Carolina se quedó callada por un segundo, con la boca abierta, y finalmente le preguntó a su padre:

-¿Hay más? ¿Hay otra página?
-No, eso es todo en esta botella.- respondió resignado el padre.
-¡Tiene que haber otro mensaje! Tienen que escapar del islote.
-Vamos a hacer un cosa. Haz los deberes mientras voy al museo a verificar un par de datos sobre los mensajes. A la vuelta seguimos buscando... a no ser que quieras ir tú sola.
-No, contigo es más divertido. Subo a hacer los deberes.- dijo obediente Carolina.

Antonio se fue al MVVEL sorprendido por la actitud de su hija. Un par de semanas atrás habían tenido una discusión a la hora de hacer los deberes.

Cuando regresó del museo, poco antes de la hora de comer, Carolina estaba leyendo tumbada en el sofá del salón.  

-Te veo muy relajada. ¿Has terminado los deberes?.- preguntó sorprendido Antonio..
-¡Hola! Claro que sí.- dio un brinco del sofá y se acercó a su padre mostrándole la página del libro que estaba leyendo.- He buscando en Google el verso que usan los dos amantes para reconocerse. Es de Lope de Vega. ¡El libro estaba en el salón!
-Genial, me encanta que hayas investigado esa referencia. Yo también he seguido algunas pistas con los compañeros del museo, traigo algunos datos interesantes. Eso nos permitirá construir el marco histórico de los mensajes.

Antonio se acercó a la pizarra blanca que tenían en la cocina y borró su contenido.

-Veamos que tenemos hasta el momento. ¿De qué fechas son las cartas que tenemos?.- preguntó el padre mientras dibujaba una línea horizontal en la pizarra.
-Noviembre de mil setecientos ochenta y cinco.- respondió rauda Carolina.
-¿Y de que siglo es Lope de Vega?.- dijo Antonio a la vez que hacía un marca en la la línea.
-Entre el final del dieciséis y el principio del diecisiete… ¿no?.- respondió Carolina casi dudando
-Eso es unos cuantos años antes del mensaje. Digamos que más o menos por aquí.- dibujó otra marca a la izquierda de la anterior.- Y ahora vamos con lo que nos dicen los naipes.
-¿Tienen un mensaje oculto?
-No, es mucho más sencillo. Provienen de la Real Fábrica de Naipes que estaba ubicada en una localidad cercana, en Macharaviaya. La fábrica funcionó a finales del siglo dieciocho, lo que de nuevo concuerda con la fecha en la que fueron escritas las notas.
-Vale, pero, ¿qué sentido tiene enviar los naipes al mismo sitio donde se fabrican?
-Ahí es donde entran en juego las siglas que aparecen en el mensaje. Se refiere a su padre como “F.S.” y firma las cartas como “N.S.”. ¿Adivina cuál era el apellido del director de la Fábrica?
 -¿Sánchez?
-¡Casi!-. rió el padre.- Solesio. El director de la fábrica se llamaba Félix Solesio.
-¡”F.S.”!.- Carolina dio un respingo.- ¿Y su hija? ¿Noelia?
-Ese punto es el que todavía no he clarificado ya que no existe ningún registro sobre una hija de Félix Solesio, solo aparece información de sus seis hijos varones y de su mujer. 
-Entonces, ¿no existió la hija?
-No quiero decir eso. En historia que no encontremos  información no quiere decir que no exista simplemente que no hemos buscado bien. Además hay otro detalle importante, que vas a comprender enseguida. ¿Por qué le pusieron Noelia a tu prima?
-Porque su madre, mi tía, se llama Noelia.
-Y la mujer de Félix se llamaba Nicolasa, así que no es descabellado pensar su hija se llamara igual.
-¡Nicolasa Solesio!.- gritó Carolina.- ¡”N.S.”! La tenemos. ¡Vamos a buscar botellas!

En lugar deambular por la playa como otros días, se dirigieron directamente a la desembocadura del arroyo cercano y lo siguieron dirección norte. Antonio argumentó que hace varios siglos el nivel del mar estaba más arriba y que a esa altura se mezclaban las aguas del mar y del río. A Carolina le valió la explicación. Lo recorriendo durante horas, incluso se habían separado para abarcar más espacio, cada uno se centraba en una de las orillas. Apartaban las cañas y la vegetación con ayuda de un palos que habían recogido por la zona. Parecían exploradores. Antonio miró el reloj, llevaban ya varias horas buscando y quedaba poco para el anochecer. Estaba a punto de proponer que lo dejaran por hoy cuando un grito de felicidad de Carolina lo hizo girar.

-¡Tengo dos botellas!.- gritaba Carolina desde la otra orilla. Estaba despeinada, con la ropa sucia y un poco arañada, pero feliz.

Corrió a su encuentro y portando cada uno una botella volvieron a casa. Sin pensar en asearse ni en cenar, se dispusieron a abrir cuidadosamente las botellas. Echaron a suertes que botella debía abrirse primero, y Antonio procedió cuidadosamente a la apertura. Primer el naipe, era el cuatro de oros, se podía leer la leyenda: “NAYPES FINISIMOS”

-Y el  mensaje, que es el número…- hizo una pausa dramática.- ¡cuatro!

Mar de Alborán, 12 de Septiembre de 1785 4/4
Cuando Óscar entró en mi celda nos fundimos en en eterno abrazo.
-Estás loco.- le dije con una sonrisa de oreja a oreja.
-Por tí.- me respondió Óscar.
-¿Cómo has conseguido llegar hasta aquí?
-En un barco “prestado”. Me hice pasar por un mercader que venía a proveerles de alimentos. Cuando se dieron cuenta del engaño ya era demasiado tarde.
-Pero, mi amor, ha debido de ser muy duro.
-Tú eres la luz que me ha guiado.- sacó de su pecho un pañuelo.-Llevaba esto conmigo para que me protegiera.
-Es el pañuelo que te regalé. ¡Lo sigues teniendo!

Óscar se acercó a la ventana de mi celda, se agarró a los barrotes e intentó escalar, quedándose a medio camino.

-Ahora toca salir.- dijo cuando volvió al suelo.
-¿Cómo lo vamos a hacer? ¿Por la puerta?
-Eso sería una locura. La he bloqueado para que la guardia no pudiera entrar. Es cuestión de tiempo que la derriben.

Me cogió de la mano y me llevó al pasillo, donde aún estaban los cuerpos de los guardias. Cerró la puerta.

-He conseguido batir a tres o cuatro, pero cuando llegue el grueso de los guardias no podré con todos yo solo.- Miró a su alrededor, como buscando algo.
-¿Has venido solo?
-No, he traido a Bernardo.
-¿Quién? ¿El cojo? No será de mucha ayuda. Es bastante enclenque...- dije, ilusa de mi.
-¿Recuerdas donde trabaja?- respondió alejándome de la puerta de mi antigua celda.
-En Benajarafe, en la Torre Gorda, limpiando los caño...- instintivamente lo abracé al comprender lo que iba a suceder.

Una gran explosión desde el interior de la celda hizo saltar la puerta de sus goznes. Una lluvia de cascotes pasó por nuestro lado sin dañarnos lo más mínimo. Tuvo que pasar un rato antes de que el polvo se posase y pudieramos ver. Quise moverme, pero Óscar me hizo una señal para que me estuviese quieta. A los pocos segundos se escuchó otro cañonazo y un golpe seco que hizo tambalearse todas las paredes. Nos acercamos a lo que antes era la puerta de la celda. El muro exterior, en el que estaba la ventana, no existía. Se podía contemplar el mar de Alborán, incluso llegando a divisar la costa de Vélez-Málaga con la sierra al fondo. Justo delante de la ventana, había una embarcación de tamaño medio desde la que sobresalía un gran cañón, indudablemente diseñado para otro tipo de embarcaciones.

-Sabía que funcionaría.- dijo satisfecho Óscar.

Hizo varios aspavientos desde el borde de lo que había sido la celda. Bernardo, desde la embarcación le respondió de la misma manera. Lo reconocí desde tanta distancia porque iba y venía por la cubierta de la embarcación cojeando visiblemente. Óscar me acercó con cuidado al borde y pude contemplar como una especie de harpón se había clavado literalmente en el muro bajo nuestros pies. Desde el extremo del harpón hasta la embarcación pendía una gruesa cuerda. 

-¿Confías en mí?.- dijo mientras ataba nuestras cinturas con una cuerda que llevaba bajo su camisa.
-Claro que sí- dije mientras me dejaba llevar por sus gráciles movimientos.
-¿Recuerdas la poesía que empieza por el nombre de tu padre?.- preguntó llevándome entre sus brazos.
-Por supuesto.- le respondí.- “Don Félix, si al Amor le pintan ciego”.- comencé a recitar.
-”Lo que no viera, yo jamás lo amara”.- respondió armonioso mientras ajustaba las cuerdas.
-”Si con alas veloces, ¿cómo paraaaaaaaaaa?”.- acerté a responder mientras nos deslizabamos a toda velocidad por la maroma en dirección al barco del cojo Bernardo.

Estamos camino a casa.

Al que encuentre este mensaje, hágaselo llegar a mi padre, F.S. en Macharaviaya
N.S.

-¡El padre se llama Félix!.- apuntó rauda Carolina al terminar de leer la carta.- ¡Y se han salvado!
-¡Genial!.- añadió emocionado el padre.- Esta carta además añade más datos de la época. La referencia a la Torre Moya o Torre Gorda de Benajarafe es indudable. Estás cartas están tomando la suficiente importancia y  como diría Indy:
-¡Deberían estar en un museo!.- parafrasearon padre e hija a Indiana Jones.
-Todavía queda otra botella.- dijo Carolina
-Tienes razón. Casi se me había olvidado.- dijo Antonio volviendo a la realidad.- Vamos a hacer una cosa, dúchate mientras preparo la cena y la leemos tranquilamente después de cenar.
-Vale.- dijo a regañadientes Carolina.

Cuando subió a su cuarto vio de nuevo el móvil sobre el escritorio. Lo desbloqueó:

        Vivían cincuenta cigarros  ????


-Este tío es tonto.- se dijo Carolina.- ha puesto lo primero que le ha respondido google. Es “Desafina un español”, de “Peces de ciudad” de Pablo Alborán.- le dijo al móvil, como si lo pudiera escuchar.

A continuación perpetró el más horrible de los agravios posibles, lo dejó en leído y apagó el móvil.

Mientras Carolina se duchaba Antonio se quedó mirando la botella aún sin abrir. Tenía un presentimiento. Era bastante extraño el lugar donde habían sido encontradas las botellas, demasiado al interior. Además, era ilógico que unos musulmanes, que no beben vino, le dieran una botella para cenar a una joven que habían secuestrado. Por otro lado, la autenticidad de los naipes era innegable, incluso eran casi únicos ya que se los había enseñado a los compañeros del MVVEL y le habían indicado ciertos fallos en los dibujos, era como si fueran naipes descartados, nunca mejor dicho. Por otro lado, estaba el tema del cañón de la torre de vigilancia instalado en un barco demasiado pequeño, lo hubiera llevado a pique al primer cañonazo. Con todo esto en mente no pudo evitar abrir la botella. Extrajo primero el naipe, era el caballo de copas con su inscripción: “AHÍ VA” Descubrió como esta botella tenía dos trozos de papel en lugar de uno. Comenzó a leer el primero:

Macharaviaya, 1 de  Septiembre de 1785
El trabajo en la fábrica me lleva todo el día y casi no tengo tiempo para leer ni escribir. Mi pretendiente Óscar, se queja de que paso mucho tiempo con los libros que mi padre me trae de la casa de Don Félix, y es verdad, casi me atraen más libros que estar con él. No es que sea mala persona, pero no le interesan las mismas cosas que a mí. Me gustaría hablar con él de poesía, de los sitios fantásticos que se describen en los libros, ¡de algo que no sea el trabajo en el campo y en la fábrica!

Me encanta escribir, pero me da vergüenza que nadie lea lo que escribo. Así que voy a meter mis historias en unas botellas y las tiraré al arroyo de Íberos y con un poco de suerte llegarán al mar y, por qué no, a las Indias, como los naipes que aquí se fabrican. 

María José, hija de Dolores y Paco, la de la Fábrica de Naipes.

Pasó instintivamente a la segunda página:

Mar de Alborán, 1 de Septiembre de 1785 3/4
Acabo de despedirme de mi amor, Óscar, en el puerto de Málaga. Nos ha seguido desde Macharaviaya para darme el último adiós. Casi lo detienen. En los escasos momentos que he podido estar con él sólo he acertado a darle el pañuelo que llevaba en la cabeza, de color rojo. Se ha quedado parado con el pañuelo entre las manos, oliéndolo, mientras yo me alejaba. Ahora empieza mi nueva vida con la familia de padre en las Indias, un futuro mejor, me dicen, pero para mí es como si me arrancaran media vida.

No llevamos ni medio día de viaje cuando me han sobresaltado varios ruidos que vienen de la cubierta del barco. Es como si hubiera una pelea. Tengo miedo. Creo que vamos a ser abordados.

Al que encuentre este mensaje, hágaselo llegar a mi padre, F.S. en Macharaviaya
N.S.

-¡Papá!.- gritó Carolina al entrar al salón y sorprender a su padre leyendo la carta.
-Lo siento, no he podido evitarlo.- respondió el padre avergonzado.
-Pues ahora vas a tener que leerla otra vez conmigo.- dijo decidida la niña.
-Perfecto.- respondió el padre, pero antes tráeme un jersey, que me ha dado frío.

Carolina salió un segundo de la habitación para buscar el jersey, momento que aprovechó el padre para hacer una bola con la primera hoja de papel y metérsela en el bolsillo del pantalón. Ese acto de destrucción de un documento histórico vulneraba el “juramento hipocrático” del historiador, pero le pareció más importante proteger la ilusión de su hija que un trozo de papel.
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